viernes, abril 27, 2012

Humo

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- ¿Señor?
- ¿Qué pasó?
- Disculpe, pero está prohibido fumar.
- No me digas.
- Sí.
- Y yo que estaba a punto de pedirte un cenicero.
- Lo sentimos.
- ¿Quiénes?
- Pues... nosotros, el restaurante.
- “Nosotros, el restaurante”. A ver, explícame eso.
- ¿Cómo dice?
- Sí, ¿cuál es tu nombre?
- Roberto.
- ¿Cuántos años tienes?
- Diecinueve.
- Diecinueve... Bien, Roberto, explícame/
- Señor, su cigarro...
- /¿cómo es que de ser un individuo – fíjate bien: in-di-vi-duo – te transformas en un grupo indefinido y luego en una cosa, en un lugar, un negocio?
- ... ¿qué?
- “Nosotros, el restaurante”. Vayamos por partes; cuando dices “Lo sentimos”, ¿a qué te refieres?
- A eso, señor: a que tiene que apagar su cigarro.
- No, mira, es muy interesante. En el momento en que dices eso dejas de ser Roberto, el individuo, y te conviertes en sociedad anónima, pierdes los márgenes, desapareces. ¿Cuántos son los que lo sienten? ¿Dónde están? ¿Quiénes son?
- Por favor, deje de fumar.
- ¿Eres tú, Roberto, quien me lo pide o ese “nosotros” que todavía no me explicas?
- Soy yo, Roberto, quien se lo pide.
- ¿Fumas, Roberto?
- Sí.
- ¿Y en qué te molesta el que yo lo haga?
- En realidad no me molesta, sólo cumplo con mi trabajo.
- ¿Tú trabajo es prohibir a los demás que hagan lo que tú mismo haces?
- Mi trabajo es hacer lo que me ordenan.
- ¿Quiénes?
- Mi jefe.
- Otra vez me confunde tu sintaxis.
- Ya no fume.





2007-11-26

Matamoscas*

Ilustración: Zertuche Slecht Leven, Aguascalientes, Ags. México. 2012. Iba a sentarme a escribir pero me puse a matar moscas. No ...