BILL & I
Yo sería un buen hijo si Bill Evans
me hubiese engendrado, ya lo creo. Escucharlo tocar el piano sería mejor que
salir a matar gorriones o romper cristales u observar eclipses. Olería a
colonia de papá, a maderas y tabaco, sentado al piano. Y tocaría una melodía tan
suave como sentida; luego otra tan viva como complicada; luego otra tan triste
como inevitable. Y yo, niño, sacaría mi cajita de colores para poner a cada
nota el suyo propio y vería salir por la ventana jirones de verde y azul y gris
y rosa. Le diría: “¡Papá!” y él sonreiría, me vería sobre el cristal de sus
lentes y afirmaría delicadamente con la cabeza, mientras sus manos continuaban
acariciando al piano como se acaricia a un gato o el cuerpo de la mujer amada o
la arteria por la que la droga ha entrado para salvarnos.
Imagino que cualquier martes sería
domingo a su lado. Imagino, también, que le vería sufrir y dar portazos y
mandar al diablo a todo, a todos; que yo me encargaría de quitarle los zapatos
cuando llegase colgado a casa y cayera dormido sobre la alfombra de la sala.
Estoy seguro de que Bill Evans me
hubiese querido como yo lo quiero ahora, preparando un desayuno de hot cakes,
tocino y jugo de manzana, dejando para él un café apenas, un pan tostado y un
oscuro cigarrillo, tomándome la mano, después, para salir a dar un paseo,
subirnos a su descapotable e ir a lugares en que mujeres de cabellos plateados
le recibirían hechas una sonrisa; mujeres que olerían a cítricos y me besarían
la comisura de los labios, enamorándome sin remedio, y Bill, mi padre, las
tomaría de la cintura y me diría que Cynthia (o Margaret o Susanne o Vera) era
una tía lejana a la que llevaríamos a conocer la ciudad.
Bill Evans sería un buen padre.
Lástima que haya muerto por drogadicto. Heroinómano - una vez solamente me he
metido heroína; un viaje gelatinoso y de brillos dorados, y no creo volver a
hacerlo. En todo caso, me gustaría aprender a tocar el piano y ser capaz de
interpretar una sola de sus obras, la más sencilla; saber qué se siente
transformar el sonido en seda e incienso, en beso y abrazo, en lluvia y
pradera... Y luego, quizás, tener un hijo.