jueves, marzo 21, 2013

La Mundialmente Desconocida Poetisa Candela Farías





Ella era la mundialmente desconocida poetisa Candela Farías. Usaba lentes de armazón negro, faldas largas de algodón y sweaters tejidos por abuelita. Se sentaba en una mesita del café "Lumbrera" a escribir sonetos tan perfectamente medidos que hasta le daban ganas de recitarlos ahí mismo.
De hecho, lo hacía. Con cigarrillo en mano, Candela se paraba sobre la silla y lanzaba al aire sus novísimas composiciones con voz cuidadosamente entonada, dramática y matizada de acuerdo a la intensidad de sus sentimientos.
Los clientes se le quedaban viendo con cara de "¿qué le pasa a ésta?"  y ella bajaba de su pedestal, dejaba unas monedas y se largaba de ahí con el nimbo de las musas parpadeando aun sobre su cabeza.

Luego iba al mercado a robar aguacates. Le encantaban los aguacates. Traía dinero; pero la Farías era una convencida absoluta de que los aguacates gratis eran la recompensa justa para su poética labor. Así que daba una vueltecita hasta encontrar una pila de frutos maduros, atenta al momento en que el vendedor se despistara, tomaba un par de ellos y los guardaba dentro de las bolsas de su sweater raído. Luego se dirigía a la plaza central, tomaba asiento en una banca, pelaba el cuerpo del delito y daba pequeñas mordidas con sus amarillentos dientecillos de ratón. Cuando terminaba, aventaba los huesos de aguacate al primer perro callejero que cruzara frente a ella.

Odiaba a los perros. De niña había sido atacada por una jauría de siete canes que resguardaban un plantío de árboles aguacateros al cual se había introducido furtivamente. De no haber sido por la milagrosa aparición del granjero dueño del lugar, que la había salvado de ser completamente destrozada por las fauces animales, Candela Farías sería ahora el cadáver de un recuerdo pocas veces frecuentado.
El granjero se llamaba Paulino Iracheta y tenía un tercer pezón justo en el centro de su pecho. Tomó el sanguinolento amasijo de carne niña y lo llevó a su casa donde, a base de ungüentos, yerbas, cambios de vendajes y, sobre todo, la lectura de Sor Juana Inés de la Cruz, logró que la fisonomía de Candela volviera a parecer la de una persona si no normal, al menos lo suficientemente distinguible entre las demás especies naturales. Mató a los siete perros y puso en su lugar a siete generadores de corriente para electrificar los alambres que delimitaban su propiedad.

Candela quedó sin noción de su pasado durante los siguientes doce años de su vida, los cuales, como es de suponerse, pasó en compañía de Paulino y sus árboles frutales. Nunca nadie reclamó su presencia en ningún lado. Al menos eso fue lo que le platicó el granjero cuando, pasado el tiempo, ella recuperó la memoria.
- Tengo que ir a buscar a mis padres- dijo Candela.
- ¡Pero yo te amo! - respondió Iracheta.
- No me gusta ese tercer pezón que tienes justo en el centro del pecho.
- ¡Ingrata!, a mi no me importa que no tengas nariz, ni orejas, ni barbilla, ni que te falten cuatro dedos en cada mano.
- ¡Mientes! A ti lo único que te interesa es mi fabuloso par de tetas.
- Tienes razón. Lo mejor será que te vayas.

El lector se preguntará cómo es que teniendo sólo un dedo en cada mano Candela Farías podía escribir sus sonetos y sostener un cigarrillo mientras recitaba. O que, al carecer de nariz y orejas, pudiera llevar lentes de armazón negro. La respuesta está en que su padre, al cual encontró sin mucho esfuerzo, era un reconocido cirujano plástico que le reconstruyó la mayoría de las zonas afectadas con la condición de que nunca más lo buscase, ya que, sincerándose, le confesó que ella era el producto de una relación incestuosa con su madre. Es decir, con la abuela de Candela.

Doña Eduviges Alcázar y Jaramillo, la abuela/madre, había sido una famosa concertista de piano que interpretaba como nadie las obras de Chopin. Famosa además por ser una insaciable degustadora de semen latino y perenne organizadora de orgías en su vieja casona de cantera amarilla. Entre sus muchos amantes se encontraban Picasso, Neruda, Álvarez Bravo y Hemingway. Este último no era latino, pero doña Eduviges solía hacer excepciones con cierto tipo de personas, como cuando cogió con Chaplin en el set de filmación de Tiempos Modernos. A su hijo lo inició en los ritos de la carne desde que éste tenía la tierna edad de seis años. Adicta a la morfina, a doña Alcázar y Jaramillo se le había olvidado abortar a la niña/hija/nieta que duró siete meses escondida en sus entrañas, y murió segundos después de dar a luz. El padre de la criatura contaba con apenas quince años. Tiempo después contrajo matrimonio con la rica heredera de un magnate petrolero, la cual, además de ser estéril, preparaba un guacamole delicioso.
Así, Candela llegó a los diez años de edad sin saber que no era hija de su madre, ni que su padre era también su hermano.
Cuando el cirujano plástico le confesó todo esto, también le informó que ya no estaba casado con aquella rica heredera, sino que ahora vivía con un ingeniero industrial al cual amaba con loca pasión y desenfreno.
- Siempre fui maricón - dijo -, sólo que tu madre, es decir mi madre, nunca me dio oportunidad de decírselo.
Y para que no cupieran dudas de lo que afirmaba, el cirujano se deshizo de la ropa que lo cubría y mostró con orgullo sus grandes tetas y su extraña vagina.
- Me las hice yo mismo - exclamó orgulloso.

Candela Farías tomó entonces la decisión de convertirse en poetisa. El mundo había sido una oscura y pestilente boca desdentada en la que ella había sido un bolo atormentado. La única memoria que no le escocía el corazón era la voz de Paulino recitando a Sor Juana y sus maravillosos sonetos. Supo entonces que no hallaría mejor refugio que las palabras, mejor arma que el arte, mejor sostén que la introspección y comenzó a escribir como desaforada.
En cuestión de semanas tenía ya listo su primer libro. Se dirigió entonces a varias casas editoriales y dejó copias de su trabajo en cada uno de los escritorios correspondientes.
Mientras esperaba respuesta, se hizo asidua al café "Lumbrera".

Ella no lo sabe, pero hoy han llegado a su casa las esperadísimas contestaciones. En todas y cada una ellas se lee: "Evítenos volver a leer cualquiera de sus asquerosas composiciones".
Ojalá y cuando las vea la digestión ya haya pasado, porque es bien sabido que cuando se hacen corajes y se come aguacate la muerte es casi un hecho.

O, quién sabe, tal vez será lo mejor.

Matamoscas*

Ilustración: Zertuche Slecht Leven, Aguascalientes, Ags. México. 2012. Iba a sentarme a escribir pero me puse a matar moscas. No ...