domingo, diciembre 05, 2010

The man i love



We
hunt your mom in Tlaquepaque!
Eso es lo primero que se lee en la página porno de internet que abro a las 2:21 de la madrugada. Tlaquepaque es un municipio cercano a Guadalajara. La página Horny Moms está hecha (producida, diseñada, registrada, grabada y actuada) por un par de gringos. Mi mamá no vive en Tlaquepaque, y estoy seguro que hace muchos años que no visita ese lugar.

Aparece la primera serie de fotos.

NADIA, se lee debajo de la imagen de una rubia treintañera bajándose los calzones. Esta no es la de Tlaquepaque. Tiene cara de californiana hija de inmigrantes alemanes y un par de nalgas capaces de dar abrigo a las Naciones Unidas. Mike (así se llama el hunter) queda inmortalizado lamiéndole la raya interminable. ¿Este pendejo es el que anda cogiéndose a las mamás de mis paisanos de Tlaquepaque?

HEATHER, con rúbrica carmesí debajo de otra rubia de tetas asoleadas, color crema de cacahuate en las redondeces y blanca como leche en las marcas del bikini. En Tlaquepaque no hay playa. Puede que haya balnearios; pero las señoras no usan bikini: se meten al agua con el pudor de una monja bigotona. Esto no lo puedo afirmar, pero si conocen Tlaquepaque, con lo último que lo relacionaría sería con un bikini. Mike y Rob (el otro pinche gringo) le llegan uno por delante y otro por detrás.

SANDRA, y Sandra nos muestra que no hay como las morenas para tener cuerpos deliciosos a los cuarenta. Esto me hace recordar a la mamá de Enrique. Señora a quien, a los doce años, le dediqué varias de mis primeras puñetas. A su mamá y a su hermana. Ninguna de las dos habita en Tlaquepaque. A su hermana la vi hace poco y se puso gorda. A su mamá la vi antier y sigue igual de buena. Sandra tiene el dese de Mike en su desa y le está haciendo eso. ¿Por se permite el paso a estos cabrones gringos hijos de puta que sólo vienen a pervertir las costumbres de los mexicanos con pocas oportunidades de progreso? Lo bueno es que Sandra es (según lo que leo) nacida en New York.

MICHELLE. Creo que hay una Michelle en todas y cada una de las páginas porno. Desde lolitas hasta grannys, latinas o cantonesas, una Michelle estará esperando por ti. La de ahora es el tipo de mujer que me tuerce de ganas: bajita, de piernas carnosas, nalgas abundantes, un poquito de panza, tetas del tamaño de un puño y rostro cínico. ¡Ah, maldita Michelle!, mira cómo me pusiste. ¡Mira nomás qué buena estás! Esta foto con piernas abiertas y el calzoncito rojo transparente lo suficientemente desacomodado como para ver el inicio del mundo, se merece que me vaya abriendo el cierre... Pinche Rob, hazte a la verga. No quiero pendejadas de cum shots. Quiero a Michelle tocándose solita pa mi solito. Pero ve nomás que cosas tan sabrosas cargas, putita. ¿Cuántos hijos tienes? ¿Cómo te decían de niña? ¿Y cómo es él? ¿A qué dedica el tiempo libre? Estoy seguro que no eres de Tlaquepaque, mamasota...



***

Lo afirmo: caer dormido diariamente a las cuatro de la madrugada es factor preponderante en la nula realización de actividades que tengan algo que ver con las horas soleadas. Uno se despierta a mediodía y la gente está en plena ebullición laboral estudiantil, avanzando, avanzando, avanzando, construyendo y destruyendo, preguntando y contestando, barriendo pisos o ciudades en Medio Oriente... No. En Medio Oriente es de noche. Así se siente uno cuando despierta: como Bagdad iluminada por las bombas.


***

La televisión sirve para dos cosas: para despertar y para dormir. Me gustan los programas de concursos. A las 13:00 comienza el de Atenea, morena de mis calores, reina de mis hormonas, dueña de mis puñetas vespertinas, hija de Zeus y Tongolele, madre de las secciones “Imitando a Juan Gabriel” y “La próxima top model”, yegua zaina pa montar volcanes, diosa madre del subconsciente paleolítico, a ti rogamos los desamparados hijos de Eva, tirados al fondo de esta cama sin sábanas.

- Buenas tardes – dice, entrando en la recámara, una nueva empleada doméstica. El pantalón de mezclilla ajustado me deja saber que tiene piernas gruesas y trasero aceptable.
- Buenas – respondo.

Con escoba en mano, ella comienza a barrer debajo de los muebles. Se tiene que inclinar para alcanzar las partes más escondidas y es entonces cuando toda duda queda anulada: tiene un culo estupendo.

La recámara en donde estoy tirado es la de mis padres. Mis padres trabajan arduamente. Forman parte de ese exterior apresurado y espoleado por las manecillas. Benditos sean. Sin ellos yo no podría estar ahora plácidamente acostado frente a un televisor y viendo de reojo a la empleada que barre el polvo debajo de la cama.

Siempre que llega a la casa una nueva doméstica con cualidades anatómicas relevantes, me acuerdo de Lola, la hermana de mi nana. Fue Lola con quien me acosté por vez primera. Y lo hice durante tres años. Cogimos en mi recámara, en la de mis padres, en la sala, en el jardín, en la azotea. Lola tenía tipo de mujer oriental y latina. Empezó a celarme y no me pasaba llamadas de amigas o novias. Se hacía del rogar cuando yo, borracho y ganoso, regresaba de alguna fiesta, y una vez me cacheteó por dejar en claro que yo sólo quería coger con ella. Me di cuenta de que lo que buscaba era embarazarse. Seguramente pensaba que yo me haría cargo de su vida. Dos veces fueron las que me vine dentro de ella sin condón y los meses siguientes fueron para mi un martirio. ¿Qué haría yo con un hijo a los 19 años de edad? Nada. Que abortara. O si tanto lo quería, que se lo quedara ella. Ni modo que me casara con la gata de la casa. Lola despareció un día y después supe que había ido a trabajar a los Estados Unidos. Sé que tiene un hijo. Pero ya hice mis cuentas y la edad del niño me libera de toda sospecha.
- ¿Quiere que le cierre a la puerta? – me pregunta la nueva empleada, dispuesta a salir.
- No, así déjala; para que circule el aire.
Desde la puerta abierta la puedo ver trapeando el mármol del pasillo. Y sin mover nada más que los ojos, también puedo ver a Atenea y su fantástico cuerpo de pródigas voluptuosidades.

Se acerca la hora de comer.


***

Estrella, la cocinera, ha aprendido a preparar platillos tan buenos como los de mi mamá. Mi padre y yo comemos en práctico silencio. Mi madre tardará en llegar una hora más. Ella es empleada, él es patrón. Ella quería ser monja y él quería ser futbolista. Tuvieron dos hijos: Elena y José. Elena está casada y tiene dos hijos: Lucas y Mateo. José, pues soy yo.
- Ayer ganaron las Chivas – dice mi padre, rompiendo el silencio a medio plato de sopa.
- Sí, lo vi en las noticias.
El silencio retoma su sitio. Mi padre se ve viejo a contraluz. Cansado. Guardo esa polaroid mental antes de ponerle sal a una tortilla. Volteo a ver por enésima vez el cuadro del bodegón y como siempre me parece horrible. Estrella aparece justo en el momento de la última cucharada y me trae un plato con cordero, ensalada y papa al horno.
- ¿Cómo quedó el marcador? – le preguntó sabiendo que fue de 5 a 3.
- Cinco a tres.
- Ah, caray. ¿Cinco a tres? Muchos goles para un partido en estos tiempos.
- Están en pre-temporada.
- Cierto, se me había olvidado.
A esta edad aun no sé qué sentir por mi padre. Sin duda es la persona que más he odiado. Y triste fue el día en que me di cuenta de que yo tenía todos y cada uno de los defectos que alguna vez le recriminé. Con el extra de los míos propios. Ahora es un tipo al que conozco de tiempo atrás con el que he llegado a una silenciosa resignación: él nunca fue lo que quise y yo nunca seré lo que quiso él. Y ninguno dirá nada.
- Pásame la sal – dice.
Y con el salero volvemos a cerrar el trato.


***

Antes de meterme a bañar, pongo un LP del King Cole Trio. Los primeros compases de “The Man I Love” me encuentran frente al espejo. Un perro amarillo con barba de dos semanas. Me encuentro otra cana. El piano juega un poco. Ojeras. Hace años que no pateo un balón, tomo una raqueta o pedaleo cuesta bajo, señala mi flacidez. Una papada que no debería estar ahí. La cicatriz en la ceja. Entra la guitarra. Me busco los bíceps pero nomás no los encuentro. Curiosa pancita. Quince pelos en el pezón derecho y once más en el izquierdo. Cara de loco, decía Gabriela. Cuerpo desagradecido, dice mi madre. Que cagado estoy, digo yo. Ojos de ojal y cara de pedo embotellado, decía mi abuela. ¿De qué te envaneces, imbécil?, pregunta el espejo. El contrabajo marca el ritmo para entrar a la regadera. Flaco y desproporcionado, el agua se enreda por mis huesos.


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Me vuelve a ocurrir: después de bañarme me dan ganas de cagar. Ah, tarado, ¿cuándo aprenderé?


***

Salgo de mi cuarto como el perro amarillo más limpio del vecindario. Mi madre da clases de catecismo en la sala a un par de niños. Muchas generaciones han pasado por mi casa para escuchar a mi madre decir: “Dios Nuestro Señor mandó a su hijo queridísimo para enseñarnos el camino de la purificación y otorgarnos el perdón de los pecados”. Voy al cuarto de servicio en busca de unos calcetines. El pasillo de la cocina hacia allá me enseña un pedazo rectangular de cielo azul espeso. Entro y veo la cama en la que Lola sabía moverse tan bien. Escucho el sonido de la lavadora funcionando. Ahí está la nueva empleada colgando ropa en el tendedero. Le sonrío. Como todas, parece un poco apenada. Paso junto a ella mirándole las nalgas. Sí, un culo muy bonito. Es cuestión de esperar unos días, de no mostrarme tan descaradamente libinidoso, y estoy seguro que esa cama volverá a regalarme orgasmos.

- ¿Cómo te llamas?
- Francisca.
- Hola Francisca, yo soy José.
Baja los ojos y sonríe.
- ¿Te vas a quedar a dormir?
- No –responde-, salgo a las 6:00.
Bueno, habrá que cambiar la estrategia.
- ¿Vives muy lejos?
- Por Constitución.
- Ah, vaya.
Encuentro los calcetines que buscaba. Francisca se anima:
- ¿Le gusta esta música? – dice apuntando a la grabadora que deja escapar una canción de Selena. Odio esa música, pero respondo:
- Sí... es decir, no compraría uno de sus discos, pero la soporto bastante bien.
- A mí no me gusta – dice.
- ¿Y qué haces escuchándola?
- Es que también ponen raeggeton.
- Ah, te gusta bailar de a perrito.
Se ríe.
Tiene un rostro extraño. Los ojos son color aceituna, la nariz pequeña. Pero la boca, es decir los labios parecieran ser una difuminada raya visible solamente por el bilé fiucsa que los colorea. Eso arruina lo que sería un bello rostro.
- ¿A qué lugar te gusta ir a bailar? – le pregunto tocándola con manos invisibles.
- Hay muchos lugares: El Gruexo, El Coyote Cojo, La Jiribilla.
Tomo nota mental. Aunque nunca iré a ninguno de estos sitios. Francisca es lo suficientemente apetecible y yo tendré que ingeniármelas para aprovechar sus horarios. No sé por qué, pero algo me dice que cederá. Porque ya me ha pasado que no quieren. Una hasta me amenazó a las tres de la madrugada: “Si no te vas voy empezar a gritar”. Ella tenía quince años y yo ventitrés.
Me voy del cuarto de servicio con los calcetines puestos y el pito parado.
- Bueno Francisca, a ver qué día me enseñas a bailar.
- Si ¿verdad?... Oye.
- Dime.
- No me gusta que me digan Francisca.
- ¿Entonces cómo?
- Francis – y sonríe

Mi madre continúa enseñando que: “Los diez mandamientos fueron dados por Dios a Moisés para que todos conociéramos su santa voluntad y nos portáramos bien”. Entro a mi habitación, pongo Rhapsody in Blue y lleno de yerba la pipa. Fumo.


***

Veo en la televisión un reality show gringo. Después veo un reportaje sobre nanotecnología. Luego veo caricaturas. Luego siento que ya no ando tan marihuano y bajo a mi recámara para fumar más.


***

A las 7:00 tengo hambre criminal. Nadie más que yo está en la casa. Bajo a la cocina y abro el refrigerador. Primero como unas rebanadas de jamón, luego doy un trago grande al galón de leche, encuentro dos tamales de pollo y los meto al microondas, mientras se calientan, encuentro papas fritas y agarro un recipiente con fruta, me la como y luego voy sobre los tamales. Me los como y parto un buen pedazo de pastel tresleches para llevármelo a mi cuarto.


***

La ventana de mi recámara da a la calle. Escucho tres golpecitos en el cristal y reconozco a Mancini.
- Quihubole, cabrón.
Él trae un paquete con cervezas.

Mancini no se llama Mancini sino Luis. Pero Luis tenía la costumbre de hacerse pasar por argentino en los bares y le decía a las viejas que se llamaba Mancini. Le funcionó el truquito varias veces. Las mujeres le creían porque no tiene el tipo mexicano moreno-chaparro sino que es rubio-alto y narizón. Dejó de hacerle al che porque cuando se ponía pedo le daba por decir cosas como “Pinches perros hijos de su chingada madre” en vez de “Pelotudos hinchabolas” y despertaba muchas sospechas. Además, según dice, odia a los argentinos.
- ¿De dónde vienes?
- De la escuela.
Mancini es maestro de inglés.
- ¿Cómo está Tania? – le pregunto por su esposa.
- Bien, ahí anda. A la que me cogí anoche fue a Esther.
Esther es su novia.
- ¿A dónde fueron?
- Primero a tomar una chelas. Luego a La Mansión.
La Mansión es un motel.
- ¿Y qué tal?
- Uuuuyyy, cabrón. Ya me estoy enamorando.
Mancini siempre se enamora.
- No la vayas a volver a cagar.
- No, con lo de Gaby ya aprendí.
Gaby era otra novia a la que emabarazó. Ella tuvo al niño y ahora vive en otra ciudad. Luis tiene cuatro hijos: dos con Tania, uno con Gaby y otro con otra novia que, la última vez que lo vio, lo amenazó con un extinguidor. Buena forma de correr a un caliente. Mancini no tiene hijos.

Dos horas después compramos más cerveza y fumamos mota. Llegan a la casa Rojandro y Aledrigo, el par de hermanos cocainómanos. Jugamos dominó. Unos toman, otros fuman, otros inhalan. Todos contentos.
La noche suspira fría por la ventana. Mis padres han regresado y suben a su recámara. Nosotros escuchamos el White Album de los Beatles.
Me empiezo a sentir realmente drogado. Todo en paz.
- Ya no aguanto ese pinche trabajo de cagada que tengo – dice Rojandro con la boca chueca.
- Sigo enamorado de la perra que se fue con otro – dice Aledrigo con los ojos rojos.
- Uuuuuyyy, cabrón, yo ayer cogí con Esther – dice Mancini como recordando algo muy lejano.
- ¿Quién sigue? – pregunto con las fichas de dominó entre mis manos.
- Ya no aguanto ese pinche trabajo de cagada que tengo – dice Mancini golpeando la mesa con la ficha.
- Sigo enamorado de la perra que se fue con otro – digo yo con cara de vela apagada.
- Uuuuuyyy, cabrón, yo ayer cogí con Esther – dice Roajandro como si se la estuviera cogiendo ahí mismo.
- ¿Quién sigue? – pregunta Aledrigo poniéndole hielo a su cuba.
- Ya no aguanto ese trabajo de cagada que tengo – dice Esther aventándose otra vez por el balcón.
- Sigo enamorado de la perra que se fue con otro – dice el premio Nobel de física del año 1952.
- Uuuuuyyy, cabrón, yo ayer cogí con tu mamá – dice Mike desde la página que vuelvo a abrir a las 2:00 de la mañana.
- We hunt your mom in Tlaquepaque – dice justo debajo del rótulo de Horny Moms.


***

Buenas noches.

Matamoscas*

Ilustración: Zertuche Slecht Leven, Aguascalientes, Ags. México. 2012. Iba a sentarme a escribir pero me puse a matar moscas. No ...