martes, julio 10, 2012

Sandoval


Es una pena que Fernando haya dejado inconcluso este ensayo sobre la biografía de Don Victor Sandoval; se apoyaba en fragmentos del poema "Hombre de soledad" y también en publicaciones de la revista Paralelo para entreverar su propia originalidad.

Última modificación: 8 de abril de 2012.







He nacido en la cólera del trigo.

La voz del poeta comenzó así su canto aquella noche del 24 de Abril de 1959, ante un público selecto que ocupaba en su totalidad las butacas del Teatro Cinema Plaza de la ciudad de Aguascalientes, lugar que por primera vez servía como escenario para la ceremonia de premiación de los tradicionales Juegos Florales de la Feria Nacional de San Marcos.
Solo, sobre la tierra, me sustento
de la protesta rápida del viento,
con el surco por lecho y por abrigo.

Su Graciosa Majestad Rosita I, sentada al centro del proscenio y acompañada por sus damas de honor, aburridas todas, fastidiadas por un evento que se alargaba más de lo que ellas podían soportar,  forzaba el gesto y la atención debidos a su Real Figura, y miraba con ojos azorados cómo crecía el número de bostezos entre los asistentes. 

Solo, con el arado por amigo,
exacto en la medida y movimiento,
labrador de mi propio pensamiento,
no le temo a la garra ni al castigo.

Antes del bardo que ahora entonaba sus versos, habían cumplido con el programa oficial que comenzó con la Obertura por parte de la Banda Municipal, luego la lectura del Honorable Jurado Calificador, luego el Quinteto Bellas Artes, que la verdad tocaron muy bien, muy afinaditos, y luego la catástrofe, el discurso del Mantenedor, quien tuvo que decir muchas cosas acerca de la Poesía y los Poetas y de los Siglos Pasados, un discursito de diez cuartillas nomás, suficiente para marchitar cualquier juventud, cualquier esperanza, y luego el remate, ¡un tenor!, ¿quién organizó esto, ah?, y ahora este muchacho, el ganador, el Poeta Laureado, que quién sabe qué estará diciendo, el pobre. O ni tan pobre, se ganó cinco mil pesotes. ¿Y qué sigue luego? El coro de Madrigalistas, otro poeta y luego la muerte segura.

La crema y nata de la pequeña ciudad ejercitaba su estoicismo. Empresarios y sus mujeres, comerciantes y sus mujeres, políticos y sus mujeres, profesionistas y sus mujeres, todos presentes en un evento acorde a sus concepciones del Arte y la Cultura, de la música, de la belleza y del buen decir.

Hombre de soledad, en la llanura
resurjo de sus hondas cicatrices.
Violento en mi fatal arquitectura

y musical del tronco a las raíces,
me sustenta mi firme arboladura
y me encierro en telúricas matrices.

¿De qué hablaba aquel joven de 29 años, cuyas palabras guardaban una fuerza particular que no tenía mucho que ver con la retórica, ni con la imaginería recurrente de los versos conocidos por los culteranos de aquella provincia polvorienta y triste? ¿A quién o a qué le cantaba?

Tampoco se trataba de un desconocido. Muchos de los asistentes sabían de su carácter franco y amable, de su sonrisa fácil, de su natural vocación para las letras, y se habían percatado de la intensidad con que sus ojos parecían verlo todo. Formaba parte del grupo cercano al gobernador Ortega Douglas, además, y tenía el cargo de Secretario de Acción Juvenil del PRI, sabían otros. 

A él le gustaba ser reconocido como integrante fundamental del cenáculo formado alrededor de la figura de Salvador Gallardo Dávalos, médico, poeta y polemista, animador de los incipientes grupos culturales en la entidad, quien parecía divertirse provocando escándalos al publicar artículos y ensayos en los que manifestaba sin ambages sus posturas filomarxistas, anticlericales, y con un sentido de la Revolución –en la cual participó directamente—  que para muchos, en aquellos días de general estabilidad, resultaba extremista más que utópica.

El viento de este llano es mi derecho;
con él están mi pueblo y mi destino.
Me colma de premuras el camino
y la voz se me enreda sobre el pecho.

Entre los asistentes a la velada se encontraban sus amigos, con quienes departía el tequila del mediodía y el café del atardecer. El joven poeta sentía un poco de vergüenza al estar participando de aquel numerito que tantas veces había criticado como una de las manifestaciones más cursis de la burguesía pueblerina y que ahora lo tenía a él como acto estelar. Sus críticas no sólo habían sido expresadas en corto, con esos mismos amigos que lo miraban socarronamente desde las butacas, sino que estaban impresas con su nombre en las publicaciones que el grupo hacía circular desde principios de esa misma década, las revistas ACA y Paralelo.

En mi sangre y raíz nazco y me estrecho
Como libre estudiante de marino.
Yo soy alucinado campesino
Que florece en las piedras del barbecho.

“Campesino”, ese fue el pseudónimo que utilizó al enviar la plica para el certamen. Campesino que realmente fue en su primera infancia, cuando tuvo que trabajar la tierra como tantos otros niños de su época, ayudando a solventar las necesidades de su casa, en un México en el que la pólvora no dejaba de surcar el aire. Y en la casa, su madre, doña Crucita, quien le enseñó a leer y a escribir antes de enviarlo a la escuela, y a quien le hubiera gustado ser novelista y recitaba a Othón, a Darío, a Nervo, a Gutiérrez Nájera y tenía especial predilección por los poemas de Antonio Plaza. Y “Plaza” se llamaba el Teatro Cinema en el que su hijo, ahora, recitaba sus propios versos, en los que hablaba del Hombre Nuevo, el Hombre despojado de necesidades bastardas, libre y revolucionario, cuya realización sólo se concibe en el trabajo entendido como impulso vital, incesante, sin buscar el goce como un fin sino encontrándolo en la misma actividad que lo acrecienta y lo consume a un tiempo. Un campesino alucinado cuyas visiones son las de un futuro sin fronteras políticas, sin escalas sociales y sin hombres confrontados.

Mi patria está en la palma de la mano
o en la penca de cada nopalera.
Me llegan resonancias del verano

y roncas voces de la sementera.
Como espada desnuda sobre el llano,
la espiga es mi respuesta y mi bandera.

Ese año de 1959 llegó al mundo con las barbas largas y los sueños rojos de la triunfante revolución cubana




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