Cariacontecido, me gusta esa palabra. Prestidigitador,
también. Lúbrico Arrebolado Exquisito Funambulesco, sí, igual. No me gusta
cariño, ni perfecto, ni pañal. El apellido Gómez echa a perder cualquier nombre
y el nombre de Gabriel me parece de putos,
al igual que Adrián. Putos, no me gustan pero de vez en cuando me pongo
faldita y zapatos de tacón. No salgo de casa, claro, sólo me gusta hacer las
labores del hogar vestido así. Heterosexual siempre me ha sonado a equipo
modular con bocinas sorround. Zurra, mal. Zorra, bien. Zava, puaj. Me gusta
caracol y epitafio. Y creo que hay palabras mal hechas, por ejemplo Heliotropo.
Sí, sí, que Helio = sol y Tropo = ... ¿qué era Tropo? Bueno, lo que sea, está mal
puesto. Tan mal puesto que todos les llaman girasoles.
Nombrar las cosas, bautizarlas, es hacerlas nuestras,
adueñarnos de su esencia, de su imagen. Ya quedan pocas cosas por bautizar. Tal
vez sería aconsejable cambiarle el nombre a todo cada cierto tiempo. Digamos,
cada doce años. Que el río se llame feba y los árboles gretonios. Nuestro
nombre también: que de ser Fernando pase a llamarme Günter y mis amigos sean
Patrick, Gerónimo y Agamenón. Quiero llamar a mi mujer Adriana y que en vez de
comer huevos revueltos nuestro desayuno sea de grintelas a la porsé. Y que no
sea desayuno sino arenzo. Y Dios... Dios, cada doce años, debería quedarse en
silencio. Nada, ni una sílaba o una letra que lo traiga a colación. Y que nada
sea todo y que todo sea tal vez.
Pero también habría que pensar en dejar algunas cuantas
cosas con su nombre puesto, por lo bien puestas: Imbécil suena siempre tan bien
cuando se dice de corazón que no hay ni por qué buscarle, ni tampoco hay otra
palabra tan bien puesta como Haragán. Soy un haragán y un imbécil, sí, sólo por
lo bien que se escuchan. Eso, que las ofensas sean halagos: Pinche Tarado Hijo
de Puta, vendría siendo: Amigo del Alma eres un Tipazo, o: Guarra Mal Parida
Chupa Vergas, sería: BellísIma Mujer Dueña del Universo Todo... del Universo
Tal Vez, perdón.
Perdón, otra que no me gusta; como Lástima y Plutón.
¿Quién le puso nombre a esto y lo otro? ¿Cómo y por qué? No importa, que chingue a su perra madre, es decir:
¡Qué bien estaría eso de ser quien decida cómo llamar a la piedra, al niño y a
la fatiga! Sí, ye sé que es cosa de estudios viejos, que hay
lingüistas-historiadores (tredulios-kurcientoz) que han dicho por qué, quién,
cuándo y dónde. Me gusta la idea del Poder del Verbo, de la Palabra como Magia
Creadora, Puente Directo al Gran Misterio. Así nacieron las palabras, como
parte de los ritos mágicos. Nombrar significaba apoderarse de. Como cuando me
case y mi mujer sea Gilipollas González de Paredes. ¿Eso ya lo dije?
Bah. Que también se instituya (¿Instituya?, pf, mejor Debrice), que se debrice la repetición como forma de comunicación única
única única única y que todos los Gabrieles y Adrianes del mundo Recteleen a su
Hecterosa Tribona Mermeja.
Ah, y láudano, me gusta.
Ah, y láudano, me gusta.
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