viernes, julio 27, 2012

Rabbit*

Run rabbit run
Dig that hole, forget the sun
And when at last the work is done
Don't sit down/ it's time to start another one
.

Breathe, Roger Waters.
Pink Floyd - Dark side of the moon.





Imagínenme a mí con la cara abotargada y sirviendo tacos a una multitud de diputados, senadores y presidentes municipales panzones, pelones y medio putones. Véanme machacando el perejil, picando cebollita, rebanando el queso, molcajeteando la salsa roja, la verde, la azul, poniendo sobre el aceite rodajas de jitomate, de chile güero, fileteando el panal de carne colorada, tatemada, bañada en piña, limón y sal, chisporroteando sudoroso, saltimbanqueando la tarima, supervisando que cada servidor público traiga en el buche un buen pedazo de tortilla con cerdo adobado o con res clembuterolizada o con ser humano marinado en sus jugos gástricos.

Escuchen cómo mastica ese diputado federal, cómo semeja a un perro gordo e inútil, cochino como su puta madre; vean cómo le escurre salsa por la barbilla al senador Armenta, grandísimo ladrón parásito del sistema tributario, le escurre revuelta de saliva y va a caer sobre la seda azulada de su corbata inglesa; huelan el eructo silencioso de la presidenta de San Tejorobo y sientan la delicada mezcla de su digestión matutina combinada con la podredumbre de sus muelas picadas, aspiren hondo, sepan distinguir el buqué que sesenta años olvidando la pasta dental ha dejado impregnado en sus encías.

Y ahí voy yo nuevamente a servir cinco tacos por plato, un limón, rábanos y cebolla. Ahí me tienen sin comer desde la madrugada en que me levanté para comenzar la preparación del interminable banquete de estos hijos de la chingada. Putos. Asómbrense de verme con ocho manos, con doce pies, rápido, rápido, rápido, saltando de una olla a otra, de una servilleta a la cuchara, de un izquierdista reaccionario a un conservador libertino, sin sudar, sudando, muerto de hambre, hambreado, flaco enflaquecido, enjuto delineado, parco como la Parca, con la precisión de una bala francotirada, con la agilidad de una liebre perseguida, viéndolos comer, platicar, escupir milimétricos pedazos de tortilla que van a pegarse mojaditos al labio superior del interlocutor que escupe informes trocitos de perejil que vuelan hasta pegarse blanditos en la punta de la nariz del regidor Brizuela que acaba de conceder el permiso para la excavación de un basurero industrial en las inmediaciones del único bosque de su abandonada ciudad de emigrantes ilegales, y ese otro que escupe una semillita de chile al ojo del legislador Loperena que llora lagrimitas de cristal después de recibir el bono agregado por su embustera concesión en el asunto de las transnacionales chacualeras, y luego sigan el curvo trayecto que traza ese trozo de carne indefinida a medio masticar por la diputada Bustos al sentir el pellizco semidistraído que le acaba de dar el comisionado Rodríguez en la nalga izquierda, y aquí vengo de nuevo para servir el ron, la cervecita, el agua de horchata, chinguen a su madre, mámenme la verga, chúpenme los huevos, háganme puñetas con el culo, cinco tacos por plato, uno más, dos más, tres cuatro, cinco seis, tomen el cronómetro y véanme romper el récord mundial de genuflexiones por segundo, de "sí señor" por paso, de asesinatos guardados en las manos.

Ahora fíjense en este brinco que pego:

Y caigo en el incómodo asiento del conductor de un camión urbano, meto el clutch, suelto un gas y arranco después de dejar subir a veintisiete viejitas desastradas a los estrechos, sucios e insuficientes espacios del camión que ronca la hojalata con todo su maltrato como ronca mi mujer sparring a las doce de la noche. Acompáñenme a dar la misma vuelta, una y otra y otra y otra vez por las mismas calles atascadas, embotelladas, asoleadas como la iguana del taller de Chema donde venden las rayitas a cincuenta, las pingas a veinte, los pericos a treinta; calles en las que hay que detenerse para que la gente suba, la gente baje, la gente pase, la gente corra, la gente llegue, la gente tenga, la gente que se queja de una vida horrible cuando no hay nada más culero que conducir este armatoste de fierro retorcido por los mismos caminos interminablemente hasta que la bomba atómica me haga el favor de desaparecerlos. Escuchen la estación rocanrolera que regurgita en la bocinas empolvadas de mi estéreo empeluchado y muéranse de ganas por tener una guitarra eléctrica entre las manos y escupir en la cara de la niña sentada en primera fila, azotarla contra el pinche policía que acaba de meterse al carril, clavarla en el hocico del patrón con uñas limadas y aroma a lavanda, a maderas, a me acabo de pasar unos días estupendos en Cancún, qué playas, qué paisajes, qué viejotas con las chichis de fuera, clavarla hasta ver salir las llaves plateadas por la nuca y las cuerdas de acero trenzadas entre los dientes, sacarla de un tirón y volverla a clavar en la panza fofa y blanca como la nieve del póster calendario que hay en su esterilizada oficina y desde ahí tocar el requinto más rabiosamente jevimetalero blusero gronch y ponerle a girar las pinches tripas al son de un Hendrix excitado. Instalen rayos X a sus ojos y admiren el increíble andamiaje de mi columna desvertebrada, comprueben que un cóccix puede ser totalmente reemplazable y dense una paseadita por los estrechos insondables de mis articulaciones obstruidas. Y sube la gente y sube la gente y sube la gente y todos vuelven a bajar y suben y timbran y bajan y a veces se presenta la oportunidad de atropellar.

Agárrense las orejas y volvamos a brincar:

Denme mi gafete, déjenme entrar al monstruo maquilador, indíquenme mi lugar en la cadena productiva y programen la máquina que ha de darme lecciones de deja vü industrial: esto ya lo hice, esto ya lo hice, esto ya lo hice, esto tengo que hacer, aunque ya lo hice, ya lo he hecho, ya lo voy hacer otra vez. Gud mornin míster miqui maus, aquí como todos los días a sus digitalizadas órdenes, a sus esclavizantes ocurrencias, a sus embrutecedoras desgastantes hijas de puta horas extras, mal traducido inversionista pagador de salarios recortados, bien tratado turista ejidatario, mejor tratado de libre comercio, ai guana bi yor dog. Aquí llega de nuevo el vestidito de la nueva colección, llega de nuevo el parachoques del nuevo modelo, llega de nuevo la tarjeta de la computadora nueva, llega de nuevo la noche sin haber visto el nuevo día, y aquí me quedo en este agujero sin poder brincar, agarrando-volteando-acomodando, manejando-aceitando-trabajando, mesmerizado bajo el influjo del ronroneante metálico corazón de la máquina sin corazón, qué pinches ondas, con lo que me gustaría prenderle fuego a toda esta pendejada y verlos achicharrarse a los putos gringos, a los cabrones japoneses, a los idénticos chinos, a todos los que no jueguen en mi equipo dominguero de fútbol llanero, verlos hacerse carnitas, carbón grisáceo, chispitas de colores, aquí voy de nuevo, cinco tacos por plato, sacando el clutch, atropellando diputados, maquilando calendarios, rompiendo el récord mundial de genuflexiones, levantándome de madrugada para comenzar el banquete de estos grandísimos hijos de perra que parecen nunca detenerse, parecen nunca ponerse a pensar en los miles de agujeros que hay bajo sus delicados pies. Putos.





*Publicado en su libro Matamoscas (Cuento, colección Primer libro, ICA, 2007) (Edición agotada).

Matamoscas*

Ilustración: Zertuche Slecht Leven, Aguascalientes, Ags. México. 2012. Iba a sentarme a escribir pero me puse a matar moscas. No ...