2007-02-26
Hey,
Corazón,
Tengo dos manos ansiosas por escribirte lo mucho que te quieren escribir, pero nomás no saben cómo, no se ponen de acuerdo en el qué, el matiz, el tono, la figura, el aliento, el sentido concreto de esto que aparece de vez en cuando en la mirada, de vez en cuando en mis oídos, como un algo que no sé qué pedo, algo que eres tú sin serlo, cosas raras que traen pegada tu forma de andar, tus ojos quietos, tu cuerpo largo, a Hendrix, a Isabel y Lucrecia, y tus bracitos de agua, y tus nalguitas de niño nalgón, y tu voz clara, liviana, hipnotizante, floja, floja, floja, tirada en la cama, sonriendo, desnuda, hermosa, vamos a comer gorditas de chicharrón, abramos las persianas que de todas formas están abiertas, bailemos en cada semáforo rojo, tiremos la hueva al compás de una fuente dominguera, la marcha de Zacatecas, el centro de la nación, chocos de fresa, esquites subtitulados, Bill Whithers canta ain’t no sunshine wen she’s gone, y la pila de libros inútiles me acusa de no haberte prestado Lolita.
Ah, corazón, flaca, desgarbada y sinuosa pipope, a veces me da por saberte ausente y me acuerdo de todos lo teléfonos que tengo guardados en la cartera, de todas las hijas del vecino y me ves ahí, parado en la caseta, escogiendo cuál, quién, y siempre es ella, la misma, otra vez, lejana y concreta, la de siempre, la que tiene tu número y tu estatura y tu cabello y tus lentes y contesta la llamada con tu voz, floja, floja, floja...
- ¿Bueno?
Hey, tú, se me traban las ideas pa decirte lo mucho que te huelo, lo tanto que me dice Pepe Grillo acerca de lo malo y lo bueno. Te quiero decir no sé qué tantas pendejadas, cuántos epítetos, poemas, pituitarias, polígonos, apicultura, oposición impertinente, periodismo de fondo pa que saques conclusiones coherentes de la situación adversa que padece la humanidad, eso que le duele siempre, la infinita vacuidad del devenir aprisionado.
La verdad es que se pudren los días sin que yo haga nada, se van con boleto de good bye, y todo lo mismo: lo mismo todo: lo todo mismo: soy tan inútil para cosas útiles, tan impráctico para lo práctico, tan falso para lo cierto...
Lo cierto es que cada vez que abro la puerta sigo creyendo que por ahí andas, por aquí, acá, cocinando experimentos, fumando Delicados, leyendo a ese cabrón de Lenin que me roba tu corazón, corazón. Y nada, sólo la alfombra y el vidrio roto y el baño sucio y yo y cuatro plátanos y la tarde que se acaba y la noche que no dura y la mañana que se apura y la tarde que se acaba y el cabrón de Lenin tirado bocabajo.
No hagas concha, no te me achicopales, nada de que la suicida vengadora, la tristona matemática o la niña acurrucada. Ya tienes canas, mi viejita veinteañera, y bigote, y barba. Haz lo que tengas que hacer y vuelve. Aunque sea nomás para mirarte, nomás pa decirle a un güey: yo me cogí a esa vieja, luego me olvidó. Aunque no me crean.
Ya pues: tu horóscopo dice que yo soy tu color favorito; el mío dice que tú eres mi número de la suerte. Olvida tamaña cursilería, tremenda idiotez, infausta tontería, y hazme saber las calles donde vives: te voy a mandar mi brazo para que lo lleves.
Ilustación: Carol Gómez Pelegrín. Barcelona. España
O mis calcetines pa que los zurzas.
O mis calzones pa que te los pongas.
O mis dientes pa que los laves.
O mis cigarros pa que te los acabes.
O mis lentes pa que los rompas.
O mis piernas pa que las bailes.
Y en todos lados tu rastro: la alfombra con manchas sospechosas, el colchón con manchas confesas, la alacena con tu bata, el baño con tu toalla, tus afeites y lápices, tus lápices de color espectro solar, la libreta de dibujo, la libreta que era mía y ahora no reconoce mi letra, no me deja poner siquiera: “Había una vez…”, el helado de kiwi y limón junto a los hielos, los periódicos nacionales, los locales, las revistas de política, la tesis, el espejito cuadrado y ese fantasma de ausencia y aroma, de sombra y sangre, de sangre en el suelo, esa presencia sólo visible a ojos cerrados, sólo escuchable a medio sueño, sólo soñable a mediodía, en el trabajo, en la avenida, en la fila, en el aburrimiento sin fin de los domingos provincianos…
Hasta una carpeta con tu nombre dentro de mi Mis Documentos.
Quiero decirte, escribirte, nada. Porque nada que no sepas he de escribirte. Me voy a dormir, estoy cansado. Hoy vi una película, leí a Bakunin, comí chocorroles y caminé y caminé.
Si escribo esto es porque mis dedos ya no podían soportarlo, comenzaban a desvariar, a pedir auxilio, a romper cigarros.
Mañana querrán decirte lo mismo, de nuevo.