martes, diciembre 07, 2010

Algún día todos los días serán miércoles

*texto en obra negra permanente






Los miércoles descanso. El resto de la semana me pongo la gorra y los pantalones verde perico y los calcetines y la playera amarilla mango manila, tomo el autobús al trabajo, espero a que don Carmelo llegue con sus quince cabellos despeinados como patas viejas de araña, de Che Araña bailando tango sobre la brillante pista de su cráneo asoleado, salpicado de pecas lunares, y veo cómo, otra vez, se esculca en todas las bolsas buscando el llavero con forma de sirena, el de la llave de la puerta, la cuadradita, la que abre así: cric cric crac. Entonces don Carmelo llega despeinado, sale del auto cargando bolsas con naranjas jitomates cebollas, cilantro limones rábanos, carne de res de cerdo de pollo, llega y tengo que ayudarle con el bolserío y quedarme así, cargando el montón, mientras él busca en su chamarra playera pantalón, en la bolsa donde guarda las facturas, la calculadora, y nada, ahí nunca hay nada más. Don Carmelo comienza a bufar. No está molesto, sólo bufa; porque con tremenda panza, calvo desmañanado y en busca de las llaves sempiternas, las de la sirena de madera que dice Mazatlán, y lo veo y le digo que están pegadas en la cajuela, evidente porque está abierta, siempre está abierta y se puede ver el manojo de llaves colgando con la sirena que baila sobre el acantilado.

Entonces cric cric crac.

Llega la seño Malu cuando ya estoy juntando montoncitos de basura, barriéndolos, y la seño Malu me saluda buenos días, buenos días seño Malu, buenas don Carmelo, buenas, ayúdeme con esto, porque don Carmelo ya puso a hervir el agua, pela papas, despepitó los chiles, pone sal, con sus quince pelos grises danzando como un humito permanente mientras yo echo los montoncitos de basura al recogedor y seño Malu ya se puso el delantal y la cofia verde perico con vivos en mango manila y hace todo lo que don Carmelo hacía pero bien, ella sí le sabe, le queda sabroso. Y así somos tres: don Carmelo es el dueño de Hamburguesas La Curvita, seño Malu es la cocinera y yo soy vicepresidente corporativo de la empresa en funciones de garrotero.

La Curvita se llama así porque se halla justo en el reborde de una curva callejera, ahí está con su fachada verde perico y su interior amarillo mango manila, con sus mesas verdes perico y sus sillas mango manila, con su baño de lavabo verde perico y el retrete mango manila. Ahí está, luego luego se ve, ni modo que no.

Cuando ya no hay montoncitos que juntar dejo la escoba y paso un trapo húmedo por las mesas y sillas, por los cristales de la barra que pronto estarán sudando con el vapor de los guisos de seño Malu, porque lo de las hamburguesas es nomás el gancho, la especialidad, también servimos tortas y gorditas de deshebrada, chicharrón rojo y verde (perico), papas, huevo revuelto, mole, frijoles y arroz; flan napolitano, chongos zamoranos y café, todo caliente y vaporoso, por eso de una vez paso el trapo y don Carmelo abre la caja registradora, quedándose así, sentado sobre su banquito negro, con la panza rozando la caja, hasta que sea hora de cerrar, luego de hacer el corte y buscar a la sirena mazatleca, esta vez encontrándola de inmediato en el cajoncito bajo y seño Malu dice buenas noches, buenas noches seño Malu, porque don Carmelo ya estará dando vuelta a la cuadradita y cerrará así:

Crac cric cic.

En el camión de regreso siempre el arrimadero la cámara de gases el sudor obrero la menstruación secretarial los efluvios estudiantiles los hedores senectos, ni dónde sentarse...

Entonces bajo y camino las cuadras que me faltan dependiendo del hornazo. Camino y llego, entro al cuarto, me quito la gorra la playera los pantalones los calcetines, dejo cáscaras de mango y rastros de perico desplumado por el suelo, me meto a bañar, tallo froto escarbo con minucia sistemática, salgo con toalla sujeta a la cintura, me tiro sobre la cama, busco el control remoto, enciendo la tele, las noticias, agua que escurre del cabello y llega hasta mis labios, bebo, saben a jabón. Nunca sé de qué hablan las noticias; o sí sé pero no comprendo; o sí comprendo pero no entiendo porqué hay que estar informado, tener posturas políticas, saber el precio del dólar, a favor o en contra de cualquier cosa. Luego me quito la toalla, me pongo unas trusas y abro la cajita de porcelana, la cajita china que fue de mi abuela, en la que guardaba nunca he sabido qué, yo nomás la agarré el día en que fui a verla y vi lo que era estar muerto, la tomé de su tocador de luna redonda y estaba vacía blanca y fría, la besé en la frente y guardé la cajita en mi chamarra. Entonces saco una pastilla, una pastilla rosa, me la como, la chupo porque no sabe mal, sabe como a tierra de mina, como a suela de minero, no sabe mal. Me la como y cinco minutos después vuelo.

Están buenas las pastillas éstas. Se las compro a Joaquincito, el hijo pintor de don Carmelo; pintor de pincel y modelo, de los que hacen cuadros y se dicen artistas, el marihuano de Joaquincito. Y no es que yo diga que todos los artistas -sobre todo los pintores- son marihuanos, porque el tipo más marihuano que conozco es dentista, le arregló las muelas a mi papá, pero Joaquincito sí es muy marihuano. Cuando fui a una exposición de las suyas vi que además de marihuano es muy mal pintor. Pero bueno, cada quien. Los que estaban ahí decían que las pinturas estaban conceptualmente ligadas a los movimientos de vanguardia y reflejaban la búsqueda de un lenguaje propio sin abandonar los lineamientos de los clásicos buceadores del alma humana o algo así decían, pero creo que también eran puros mariguanos o tal vez ya todos habían masticado pastillas rosas de las que vende Joaquincito y soltaban palabras sin pensar realmente en lo que decían y así decían todo aquello que yo nomás no atinaba dónde o cómo o cuándo o qué. Así que me comí mi primera pastilla en aquella exposición, Joaquincito me la ofreció y me echó un sermón acerca de las cualidades creativas y recreativas de tan singular chocho; me lo comí y vi los cuadros más feos de mi vida.

Al otro día Joaquincito ya no me las quiso regalar, me dijo que costaban cien varos cada una, mi chavo.

Entonces abro mi cajita y chupo. Tengo un disco que me gusta para cuando las pastillas rosas, uno con carátula completamente blanca, treinta canciones, uno de los Beatles, el que trae la de Long, long, long. Escucho esa canción mientras la pastilla se granula en mi boca, húmedo todavía, la sábana pegada en la espalda y siento como los dedos se van tapizando de arrugas, manos y pies, y me gusta sentir cómo se pone pesada mi cabeza y el aire y los huesos y los ojos ya no ven lo que deberían porque para entonces los ojos ven hacia dentro, al lado equivocado, poniéndome a pensar en lo que siento, porque no se puede estar así a todas horas, con una pastilla rosa en la sangre, y es una lástima mientras el día avanza con el uniforme las mesas los montoncitos de basura que se acumulan silenciosa y continuamente, sin tiempo para sentir lo que se piensa, ni para estar en trusas ni tirarse a escuchar long long long, ni tiempo ni ganas, porque uno no tiene ganas de levantarse de jueves a martes y el mango perico y el camión trepado y don Carmelo buscando una sirena y buenos días seño Malu y dar trapazos recoger platos trapear lo caído y hacer cuentas con los dedos recibir las quejas y a veces nomás estar ahí con cara de menso, ni siquiera montoncitos que juntar, ni un papelito ni un cliente y sus cinco pesos de propina. ¿Cómo alguien va a atener ganas de eso?

Entonces me pongo a pensar cómo es que todavía ando uniformándome y atendiendo mesas, cómo es que no he podido salir de esto, porque, veamos, no es que esté mal lo de ser mesero, se gana bien, normal; pero está malo eso de ser mesero cuando se puede ser cualquier otra cosa; digo, yo podría ser pintor como Joaquincito, y tal vez yo sería mejor pintor porque Joaquincito no hace más eso que luego dicen no sé qué no sé cuánto los otros comedores de pastillas, artistas todos, y yo no tengo amigos de esos que cuando ven un cuadro mal pintado, feo, mal hecho, digan que se puede percibir un halo de pureza en la líneas y una asombrosa profundidad expresiva en la composición. Entonces yo pintaría cosas que la gente comprendería sin que la gente tenga que ser greñuda y paranoica llena de neurosis, atragantada de libelos y libracos y libros, drogada y vanguardista, enfundada en lentes y bufandas, hablando sin pensar en lo que dicen.

Termino de secarme sin darme cuenta. Me quedo dormido, me voy y no vuelvo hasta la mañana siguiente. A veces es miércoles, pero casi nunca.

Seño Malu platica torteando que el sábado son los quince años de su hija, nos dice que estamos invitados, gracias seño Malu, gracias, y llega Joaquincito con lentes negros para pintar una sirena en la pared del fondo y también es invitado, pregunta si puede llevar a unos amigos, don Carmelo bufa y que no importa dice seño Malu. Yo me río porque los amigos de Joaquincito encontrarán que el ambiente kitsch de una fiesta popular es indisoluble al baile del venado mientras brindamos con los desconocidos que acabamos de conocer y ahí estaremos seño Malu, ebrios y felices de que su niña llegue al fin a la edad de las madres solteras las suicidas en potencia y los llantos encerrados.

¿Usted va a cocinar, seño Malu?
Claro, pozole.

Pozole el que me comí anoche dice Joaquincito desarrugando su boceto, mostrándoselo a don Carmelo quien bufa de nuevo y puedo ver que no le gusta lo que ve, reflejado en los lentes oscuros de Joaquincito que sonríe y le hace marcas con un lápiz al boceto por aquí y por allá, diciéndole a su padre que los colores son los indicados para aprovechar al máximo la luz natural que se filtra en La Curvita, logrando así un claroscuro perfecto en los meses en que el sol cae perpendicular por la ventana del fondo y don Carmelo, mazatleco de cepa, nomás no agarra la onda, no sabe dónde está la sirena que pidió, no la encuentra, pregunta ¿Dónde está?, y me asomo para ver si puedo decirle por dónde, darle pistas, pero me asomo y tampoco doy con la sirena, cuestiono ¿Dónde anda?, las sirenas no andan responde Joaquincito que se basó en el mito heleno y que él no pinta sirenitas disneylandizadas ni forma parte de las nuevas promesas del arte nacional para ponerse a dibujar tatuajes de marineros trasnochados en las paredes de cualquier lonchería. Eso sí que no, re bufa don Carmelo que por más lonchería que sea le da de comer al marihuano de su hijo y los marihuanos, es bien sabido, tragan como cosacos, y que si no pinta una sirena con todas las de la ley nomás no pinta nada, que vaya buscando trabajo porque ya se acababa su tiempo de gracia y Joaquincito se pone serio, agacha el cogote y explica que su obra quiere interpretar el canto de las sirenas, el sentir de un ente mitológico al momento hacer manifiesta toda su magia y no nomás pintar una vieja con cola de pescado tetona y sonrientota, que le diera chance de expresarse, y seño Malu se asoma para ver el boceto y pregunta ¿No iba a ser una sirena?

Entonces llega Joaquincito para pintar una sirena en la pared del fondo. Le pregunto si trae pastillas rosas que vender y sí, sí trae, dame dos y me cuenta que ayer se acostó con una gorda que conoció en la presentación de un libro, que terminaron en su casa, que nunca más la volverá a ver, porque imagínate, dice Joaquincito que me lo imagine con una más gorda que su madre y pienso en la madre que está hecha una puerca y me lo imagino y él dice ¡Imagínate!, pozole el que me comí anoche.

Así que pinta una sirena o no pinta nada. Yo ya no le sigo porque llega gente, se sientan, leen la carta, los precios, piden anoto dejo la nota verde en la barra de guisados, recibo lo que pido, doy lo que ordenaron, espero a que pidan más o pidan la nota amarilla, los palillos y ahí voy perico-manila, esperando a que don Carmelo ponga monedas en el cambio, de las que hacen bulto o estorban al momento de caminar y mejor se las damos al chavo, al mesero, su propina, a sus órdenes.


Así son los días (menos los miércoles), todos los días, para que luego me vengan con eso de "sorpresas te da la vida" y ni pasa nada ni cambia nada y todos los días igual.

A veces, cuando la llave hace cric cric crac me voy a la cantina de Charly, pido una cerveza y le platico a Charly que los días no cambian, que nunca sucede algo interesante, pero que a él no le importa, dice Charly que está viendo un partido de futbol y lo demás puede irse al carajo. Agradezco la existencia de tipos como Charly a los que les da lo mismo si eres o te haces, si jodes o te joden, feliz o desgraciado, porque desde su trinchera espirituosa ha visto pasar al mundo del llanto a la carcajada y viceversa en cuestión de tres copas y un plato de cacahuates y sabe que no hay nada que alguien pueda hacer por alguien, sordos gritones, todos van a parar al mismo hoyo. Así que con Charly tampoco pasa nada, lo mismo de siempre, una cerveza y ya. Eso es todo.

Entonces no me quejo, no me ayudaría en nada que sorpresas me diera la vida porque están aquellos que quieren ser sorprendidos siempre hasta que el asombro se les hace rutinario y después se sorprenden de todo lo que dejaron pasar por andar de exploradores del espectáculo eterno y acaban asombrados de al final no encontrar nada, esos pobres.

Por eso no me atribula mi padre con aquello de qué harás con la vida, poniendo como ejemplo al dentista de mi edad, la dentista que fue mi compañero en la secundaria, el que le arregló las muelas para que dejara de mascar como ratón, el dentista más marihuano que conozco. Mi padre al que sólo veo los miércoles cuando voy a comer a su casa que también es mi casa pero que ya no siento como mía y siempre la sopa de fideos el agua de limón y la carne asada. Lo escucho quejarse de que desde que murió tu madre todo sabe a tierra y pienso que mi padre no sabe que las pastillas rosas saben a tierra, que con ellas podría ponerse a pensar tranquilamente en su tristeza y se daría cuenta de que no hay tristeza que valga la pena. He pensado en pulverizar pastillas y ponérselas en la sopa de fideos en el agua de limón o como sazonador de carnes y ver cómo mi padre se dice a sí mismo que, a fin de cuentas, la tierra no sabe mal.

A Álvaro el dentista y a Joaquincito el pintor los conozco desde la secundaria. En esos entonces de salón, lista y tareas no eran Álvaro y Joaquincito sino El Jujuy y el Bugui. Llegaba el Jujuy todos los días en motocicleta escupiendo humo en la entrada de la escuela, sin casco, rocanrolero, y los padres de familia se quejaban en la dirección del motociclista ese que se les metía a lo bruto, que cómo era posible que un muchacho, que quiénes eran sus padres, que sólo conocían a la madre por divorciados y que con razón y que con razón qué preguntaba el Bugui y el Jujuy le decía que qué onda con su cabeza, que si era idiota o qué y el Bugui le pedía la moto, un ratito nomás, doy una vuelta a la cuadra y ya, y el Jujuy decía estás medio abortado, eso es, no se formó bien tu cerebro, nomás el cascarón, y el Bugui entonces qué, nomás un ratito, no me tardo, y el Jujuy le golpeaba con los nudillos en el cráneo, toc toc, y decía que el puro cascarón.

Yo nunca vi al Bugui montado en la moto del Jujuy, quién sabe. Y más bien era que el Jujuy traía de encargo al Bugui, porque el Bugui no era idiota, nomás quería la moto un ratito, porque leía y leía y el Jujuy decía que estaba tarado de tanto leer, de tantas letritas, que de qué le servía si a la hora de los exámenes puros ceros se sacaba, cosa cierta porque el Bugui era famoso por asno en las calificaciones, lo único que hacía en clases era dibujar y dibujar a todos los alumnos a los maestros y nadie sabía dónde estaba el parecido de los dibujos con lo que supuestamente retrataban y mira acá está la narizota o mira acá está la papada o si te fijas esos son los dientes o por acá se ven las orejas y no había quien diera con todos esos detalles para adivinar de quién se trataba y el Jujuy decía que el Bugui era sietemesino hijo de hermanos gemelos.

Entonces me juntaba con ellos, porque a pesar de todo eran inseparables, uña y mugre, taco y salsa, nariz y moco, perro y pulga. Nos íbamos a jugar futbol y el Jujuy era malísimo y el Bugui la movía bien, y ahí sí que el Jujuy no decía nada de la genealogía del Bugui porque tremendos zapatazos chanfleados directos al ángulo desde fuera del área grande, pero el Jujuy fingía demencia y decía que ese Bugui había aprendido a tirar así porque él le había dicho cómo acomodar el pie de apoyo para que el empeine embonara parejito en la parte media-baja del balón, que así cualquiera, y entonces por qué tú no Jujuy, por qué eres tan matalote para el fut, ah, decía el Jujuy, es que a mí lo que me gusta es el basket.


¡Ja!, yo aquí dice y dice cosas y no digo todavía cómo me llamo, no doy datos concretos, no saben quién les platica esto y lo otro, como voz en la radio de quién sabe quién y esos que escuchan le ponen atención sin saber nada de nada y la voz se confiesa en una receta de cocina o en queja pública o en lo que depara el destino de los géminis, y yo les digo entonces que me llamo Claudio, aunque no me llamo Claudio, pero todos me dicen Claudio desde que Joaquincito Bugui y Álvaro Jujuy, porque dicen que hablaba en tirolés como el Gallo Claudio, el de los lunis, todavía hablo así, y la gente que ahora me saluda (¡Hola Claudio!) no sabe que no llamo así, que lo de Claudio es sólo un apodo y está bien, mejor, así nadie sabe nada y paso como Claudio por la vida, como por su casa, y ni quién diga que ese no se llama Claudio, ese es Reinaldo, el hijo de don Ray, el de telas El Rey.

Sólo los miércoles soy otra vez Reinaldo. Mi padre dice: Reinaldo pásame la sal, Reinaldo pásame el periódico, Reinaldo ¿qué va a ser de tu vida?, pero la falta de costumbre hace que Claudio no sepa bien de qué le habla y le apaga la estufa y le pasa la sal y dice que no sabe dónde quedó la sección deportiva, dejando las cosas así, con Reinaldo con su padre con la casa, y Claudio en paz, siendo quien debe cuando debe. Porque no esperen que les cuente aquí el dónde nací el cómo crecí el tengo esto y quiero aquello. Sólo digo que me llamo Claudio para que sepan que sí tengo nombre, hasta dos, y que me gusta pasar como Claudio por la vida, aunque por la vida no pase nada.


Sábado, entonces. En la pared del fondo se ha comenzado a formar una bahía, se ven los azules de un mar idílico, siluetas de palmeras y gaviotas, Joaquincito se quedó sin trabajo; el rotulador se llama Fulgencio y maneja la brocha gorda y la pistola de aire y ni sabe nada de Klimt, ni de Klee, ni de Miró y ese sí sabe lo que es una sirena, agarró la onda rápido, escuchó los deseos pictóricos de don Carmelo y pa pronto le dibujó una rubia con cola verde, chapeteada, boca roja, pezón rosado, cinturita, recargada sobre una roca con estrellitas marinas y conchitas nacaradas, y usted sí sabe Fulgencio, eso quiero. Y Joaquincito disimula no darse cuenta de tremendo mural costeño y llega a La Curvita con tres comedores de pastillas rosas, dos del sexo femenino y uno del sexo indefinido, y Joaquincito sirve cuatro tazas de café de olla, de café con canela y piloncillo, y los cuatro hablan de las capacidades expresivas de la informática llevada al campo del arte conceptual y fuman Delicados. Así que seño Malu se va, allá nos espera, deja todo hecho, tiene que ir al banco a sacar un dinerito, y ándele pues seño Malu, allá estaremos, gracias, gracias, gracias. Un dinerito para la fiesta, el ahorro de muchas hamburguesas, el dinero guardado para que Angélica baile el vals, se ponga su vestido, la carguen los pajes, salga retratada en el periódico, brinden por ella y todos contentos, ándele pues seño Malu. Entonces me fijo en una de las acompañantes de Joaquincito, una que habla y habla, y fuma y fuma, y me fijo en sus piernas, buenas piernas, piernudota y se me hace que es de las que no se limpian después de ir al baño, y eso nadie lo sabe, o quién sabe, a lo mejor Joaquincito sabe, porque no creo que el otro sepa, y sería bueno saber si la piernudota va a ir a la fiesta y entonces le hablo a Joaquincito y le pregunto que si trae pastillas y que no, no trae, no importa, y que si la piernudota va ir a la fiesta, y que sí, sí va, bueno, cómo se llama?, Patricia, bueno, se limpia después de ir al baño?, que quién sabe, dice Joaquincito que la acaba de conocer, que la suya es la otra y que esa otra vino con la suya, ah bueno, entonces nada más quería saber. Y Fulgencio platica entre brochazo y brochazo con don Carmelo, le dice que él es de Tamaulipas y que las sirenas las pinta desde que tenía tres años de edad, y don Carmelo le platica que a los tres años de edad él ya andaba en barcos camaroneros, y Fulgencio dice que se vino para acá porque por allá la chamba está muy mal pagada, y don Carmelo dice que se vino para acá porque su mujer es de acá, que quiere regresar a Mazatlán pero no sabe qué esperar: si cumplir los sesenta o la muerte de su mujer, porque su mujer nomás no se muere, se enferma de todo, a cada rato, pero no se muere. Hipocondríaca. Que dice su mujer que el aire de la costa la pone mal, que el olor a pescado la enferma, que con ese sol nadie puede vivir, y Fulgencio pinta el aire de la costa, pescados saltarines entre las olas y un sol amarillo caliente, y sí, eso es lo que quiero, dice don Carmelo.

Yo con pantalones verde perico y camisa amarillo mango manila tal vez no tenga oportunidad de acercarme a la piernudota, sí tengo, pero sólo para ver si quiere más café, para cambiar el cenicero, para echarle un ojo desde una perspectiva panorámica a su escote, que no hay mucho que enseñe su escote, pero yo me conformo, no soy exigente, y con el uniforme no se puede hacer más, todo es cuestión de ponerme el traje, aunque la piernudota no es de las que salen con trajeados, eso parece, parece que ella diseña su ropa, su ropa de colores brillantes que está arrugada, que así es como las artistas andan, las artistas de a de veras, las que no se preocupan por cómo se ven sino lo que expresan con su ropa, y yo ya me sé todo eso de la facha intelectual y reviso en mi mochila y me aseguro de que haya pastillas rosas y ahí tengo mi pase, mi atajo hacia la avenida carnosa de esas piernas, Patricia se llama y habla y habla y fuma y fuma, y Joaquincito ya le dijo algo, estoy seguro, porque Patricia voltea hacia mi con disgusto, con burla, con sorna, y no importa, todo es cuestión de trajearme y darle pastillas rosas.

Sábado, entonces le pregunto a don Carmelo que si mañana abrimos La Curvita, que claro, dice que los domingos se vende muy bien, que si, pero que mañana todos estaremos muy cansados, muy desvelados, muy crudos, le digo, y que eso no tiene que ver, dice don Carmelo, que negocios son negocios, y yo ya pienso en faltar mañana, a ver qué pasa. Pero no pasará nada, me correrá, me dará tres días de salario y me dirá adiós Claudio, y quién sabe, a mi no me molestaría no volverme a vestir de verde y amarillo, no volver a encontrar las llaves, no volver a subirme a un camión repleto de hedores asalariados, no volver. Se me antoja ponerme muy borracho, muy empastillado, muy querendón, hocicón, bailador y todo lo que tenga que ser, me despido mentalmente del changarro, de los guisos de seño Malu, de las mesas verdes perico y las sillas mango manila, de las tortillas hechas a mano, de las tardes en que no hay más que hacer que no hacer nada, de la sirena que aun no llega a su puesto en la pared, a su roca, a su pedazo de arrecife, se puede ir al carajo, la pueden pescar los japoneses y rebanarle en lonjas la cola y venderla en salmuera como producto afrodisíaco. ¿Qué harás con tu vida, Reinaldo?, preguntará mi papá cuando le pase la sal, pero ¿qué se puede hacer con la vida?, nos hace y deshace y nos vuelve a formar, a formar en la cola del cine, en la cola de pagos, en la cola de las tortillas, en la cola del perro aburrimiento que ladra y no muerde, que se pierde en las calles y recibe patadas de niños futbolistas, no, no haré nada con mi vida, hoy voy a emborracharme.

Y llega seño Malu toda llorosa, toda moqueada, toda temblor, toda deshecha y don Carmelo dice qué pasó seño Malu, y yo qué pasó seño Malu toda sufriente, gimiente, que la acaban de robar, que sacó su dinerito salió del banco llegaron dos, un señor y una señora, le dijeron no se qué de un premio que tenían que cobrar, que allí tenían el boleto ganador, que se lo dejaban como garantía, además de un fajo de billetes, que ese fajo ella lo vio clarito y vio clarito cómo el señor lo envolvió en un pañuelo, un fajo grande, y que ella les dio su dinerito, porque ellos dijeron que sólo lo necesitaban para sacar un cheque, que tomara el fajo y el boleto y seño Malu dijo bueno, nomás córranle, porque tengo los quince años de mi hija y que ahí se quedó con el boleto y el pañuelo y que aquellos otros no llegaron y que entonces abrió el pañuelo, y nada, sólo papelitos blancos, papelitos sin chiste, y de su dinerito nada, ni un cinco ni un clavo ni un tostón nada de nada, que le dijo a un policía, que el policía dijo que ella tenía la culpa, que cómo eran aquellos, y que así y asá, ponga su demanda, vaya a la procuraduría, y no tengo ni un peso, dijo seño Malu que el policía dijo que ni modo, que buscara alguien que la ayudara, y don Carmelo ya cálmese seño Malu, todo va a salir bien, ¿cuánto le robaron?, Ochenta y cinco mil pesos, y don Carmelo dice ah caray, es mucho, a poco todo eso era para la fiesta de su hija, y seño Malu dice que no, que también era dinero para otras cosas, ochenta y cinco mil pesos, y don Carmelo piensa en cómo haría seño Malu para tener tanto dinero guardado, y todos nos quedamos mudos, nos quedamos sin fiesta. Pobre seño Malu, pobre Angélica, pobres, pobres, ni tanto.

Así que se fueron, acompáñanos Fulgencio dijo don Carmelo que arrancó con seño Malu para poner la demanda, para poner el grito en el cielo, para dar por perdido lo perdido, porque, seamos realistas, esos dos que robaron ya no aparecerán, ya nomás no, así que cierras el negocio, te lo encargo Claudio, no dejes que Joaquincito se acerque a la caja y adiós papá, dice Joaquincito que si nomás hay eso en la caja, que dónde está lo de la caja chica, ah ya lo vi, entonces qué mi Claudio, dónde venden cerveza por aquí cerca, pues con Charly, ah de veras, traite unas seis ¿no?, ¿traite?, le digo, no me digas, ve tú, yo aquí te espero mi Bugui, no me digas Bugui dice Joaquincito, que eso ya fue, que ya no le gusta que el digan así, que ya sé, que ya me dijo, y sí, ya sé, ya me dijiste, entonces qué, qué de qué Joaquincito, vas o no vas, dice, no pues no voy, digo, por qué mejor no vamos todos para allá, propongo, vamos todos con Charly, al cabo a él no le importa, que para eso tiene una cantina, y órale pues, dice Joaquincito allá te esperamos, barres y acomodas todo antes de cerrar, lo dice viendo a Patricia y cálmate mi Bugui, que al cabo ya no voy a venir acá, en todo caso nomás me cambio de ropa y sanseacabó.

Entonces se van con Charly y después de cambiarme me como una pastilla rosa y saco el llavero de la sirena y cierro así cric-cric-crac.

Que no le dijera Bugui, dice Joaquincito que Patricia acaba de llegar de Antofagasta, que ella es de allá, dónde queda eso, en Chile dice, ah, y qué andas haciendo por acá, vino hace unos meses como curadora de una exposición de pintores chilenos, que si no fui a verla, no, no fui, ni enterado, ah, bueno, dice Patricia, vine hace unos meses para eso y me ofrecieron dar clases de curaduría aquí en la casa de la cultura, sabes dónde?, me pregunta y que sí, eso sí sé, ah bueno, pues ahí, que si me gusta la pintura, de quién, le pregunto, en general, dice Patricia que si me gusta la pintura en general, y bueno yo podría ser pintor, Joaquincito ríe, claro, dice, todos podemos ser pintores, sí, le respondo, pero no todos pueden pintar sirenas, y Joaquincito ya no ríe. Entonces Patricia es de Antofagasta, eso está en Chile, entonces es chilena, una chilenita. Lo que me gusta de las pastillas es que uno comienza a asociar los términos, los adjetivos, las situaciones, una extraña relación en todo con todo y así como de niño, en los campos de fut, nunca me salió una chilenita, ahora una chilenita me sale con que si no me gusta la pintura, porque ella dará clases y bueno, ya renuncié a La Curvita. Así que, Charly, sírvete otra ronda.

Me fijo en la acompañante de Joaquincito, en el otro acompañante y me doy cuenta de que esto ya lo había hecho antes, ya había estado aquí, con estas mismas personas yo ya hice esto que ahora estoy haciendo, escuchando lo mismo, diciendo lo mismo, sentado en el mismo lugar, observando como hipnotizado ese mismo par de piernas que llegaban hasta Sudamérica, oliendo el mismo perfume que de alguna forma brota a su alrededor. Esto ya lo viví, porque cuando Charly llega con otra ronda de cervezas, sé que Joaquincito le dirá que le encarga la cuenta y yo preguntaré que a dónde iremos y la pareja de Joaquincito dirá que iremos a su casa, a la de ella, y el otro acompañante preguntará por un tal Gilberto, que si también irá Gilberto, y que cuál Gilberto preguntará la chilenita, el que te platiqué, dirá el acompañante que espera al Gilberto que le platicó, y yo digo que si ese Gilberto quiere algo con la de Antofagasta que mejor ni vaya, y Patricia dice cálmate, yo a ti ni te conozco, y tendrá razón, pero es que hay cosas en las que uno como que presiente que le irá bien ¿no?, y Joaquincito dice que ese Gilberto es escultor, pero que en sus últimos trabajos se ha ido más por los caminos de la instalación, con una propuesta minimalista sardónica, y ya decía yo, digo yo, ya decía yo que ese Gilberto nomás no me cae bien, y entonces entrará alguien más a la cantina, alguien que se dirige a nuestra mesa, alguien que nos saluda, pero no es Gilberto el esperado, no es el escultor post modernista, no exhibe sus empastillados conceptos en la primer galería que se deje, este no es así, este lo conozco desde hace tiempo, este es dentista, Álvaro, al que le decíamos el Jujuy. Entonces Joaquincito le pide la cuenta a Charly y sucede todo lo que acabo de platicar.

Álvaro se ve bien, está cachetón, con los dedos estrangulados con anillos, quihúbole mi Bugui, que pasó mi Claudio, hola señoritas, que tal caballero, hace tiempo que no los veía, qué andan haciendo, a poco sigues pintando tus jaquecas al óleo, a poco sigues de mesero, no les digo, yo siempre supe que al Bugui se lo iba a cargar la tiznada, pero a ti Claudio yo te veía en la tienda de tu papá y mira nomás, a ver cantinero, traiga una botella de brandy, salud por ustedes, por las señoritas y también por el caballero. Oye Jujuy, dice el Bugui que ya no se le puede decir Bugui, que eso ya pasó, que él es Joaquincito, oye Claudio, a mi tampoco me gusta que me digas Jujuy, dice Álvaro, úquela, puro adulto contemporáneo, digo yo, y que no es cierto dice carcajeante el Jujuy, que le importa un bledo cómo le digan, que si al Bugui ya no le gusta que le digan Bugui es porque al Bugui ya se le subió eso de ser... ¿pues qué eres mi Bugui?, ya dime la verdad, sincérate, cuéntame, a ver, ¿ya por fin vendiste tu primer cuadro?, y Joaquincito dice que con qué cree el Jujuy que está pagando lo de todos los presentes, con lo de la caja chica, digo que con el dinero de La Curvita y entonces sí que el Bugui me quiere patear como balón de los que pateaba tan bien, chanfleados y al ángulo, porque su pareja, la chilenita y el otro no han podido contener la risa.

Y sí, sigo de mesero, ya no, acabo de renunciar, tú sabes Jujuy, de acá para allá, lo mismo siempre, y tú siempre con lo de lo mismo siempre, dice Álvaro que yo siempre con lo mismo, pero que está bien, que a él qué le importa, y eso digo yo, digo yo al Jujuy, entonces te presento a Patricia, hola Patricia, mucho gusto, y a ellos que te los presente Joaquincito, porque ni yo sé cómo se llaman, pues ella es Camila, dice el Bugui, este es Pedro, hola Pedro, y bueno qué tienen pensado hacer después de estar aquí, dice Camila que estábamos a punto de irnos a su casa, que Álvaro puede acompañarnos si quiere, sí quiere, pues vayámonos retirando, me llevo la botella.

Yo sigo con las piernas de Patricia y Gilberto no aparece, la casa de Camila es un dechado de artísticas concepciones, nos sentamos en una sala con sillones en forma de animales, Patricia en una gallina, Álvaro en un perro, Joaquincito comparte asiento con Camila sobre un pez de escamas de algodón y yo sobre un puerco y Pedro se queda sin asiento, traite una silla de la cocina, de una vez traite los vasos y hielo, no te preocupes, Gilberto no ha de tardar. Y que por qué tanta urgencia por ese Gilberto, pregunto yo, y que porque es su pareja, dice Camila que Gilberto es la pareja de Pedro, ah, con razón. Oye chilenita, así que curadora ¿eh?, eso mismo, ¿y tú no pintas?, sí, claro, pero sólo por relajación, me relaja, me pone en blanco la mente mientras pongo color en la tela, me cura, una curadora curada, le digo que si cree que yo podría entrar a sus clases, y Antofagasta dice que sí, por supuesto, y que si también podría entrar en su ropa, le pregunto y ella me dice que claro, que tiene muchos amigos gays a los que les presta de vez en cuando su ropa, y no no no, digo que si crees que podré meter mano bajo tu ropa y oye, dice Patricia que con respeto nos podremos entender mejor y está bien, ¿te gustan las pastillas rosas?, ¿qué cosa?, pregunta, las pastillas rosas, digo, ¿las que saben a tierra?, pregunta, esas mismas, bueno, hace tiempo que no como de esas, estoy en tiempos de claridad coherencia y eso para qué sirve, pregunto, y ella dice que sirve para dejar que el mundo haga ver sus maravillas sin velos soporíferos que se interpongan. Así dice Patricia, mientras el Bugui algo muerde cerca de los oídos de Camila y el Jujuy bebe y pregunta que si puede poner algo de música y dice Camila que puede poner lo que quiera en el stereo, el pobre Pedro espera a su Gilberto, ya le hablé, dice, como cinco veces, nadie me contesta ni en su casa ni por su celular, algo le pasó, estoy seguro, él no es así, siempre me llama, ¡ay!, ¿qué le habrá pasado?, y el Jujuy pone música electrónica.

Oye Pedro, no te apures, dice el Bugui. Sí, Pedro, no te apures, dice Patricia. Claro, Pedro, no hay pedo, digo yo, y Álvaro le pregunta que cuanto llevan de pareja y que siete meses, ah, dice Álvaro, no es mucho, y tú qué haces Pedro, pregunto, soy contador, dice que es contador de una fábrica de tamales, ¿de tamales?, pregunta el Jujuy, sí, de tamales, ¿Qué son tamales?, pregunta Patricia, son bolos de masa de maíz rellenos con distintos guisos envueltos en hojas de plátano o maíz también, ¿se comen?, comienzo a pensar que la chilena es medio estúpida, y sí, se comen, ¿a poco hay fábrica de tamales?, pregunta Joaquincito, y que claro que hay fábrica, si no dónde trabajo entonces, dice un Pedro molesto, ya hombre, ya, tómate un brandy, dice Jujuy, y está bien, me lo tomo. Salud.

Matamoscas*

Ilustración: Zertuche Slecht Leven, Aguascalientes, Ags. México. 2012. Iba a sentarme a escribir pero me puse a matar moscas. No ...